Opinión

La potencia de los “signos” contra el miedo

Por Davide Rondoni

Un gesto simpático, y fuerte. ¿Qué mirar cuando estamos perdidos, en el dolor, en la prueba? En esta Italia de eslogan y de invitaciones a ser fuerte son necesarios signos más elocuentes, más verdaderos y profundos que algún hashtag o el silbido continuo de imágenes y textos social.

El párroco de Brescello, fiel a su imaginario predecesor, ha hecho un gesto simple, popular. E inteligente. Es necesario mirar quien sabe lo que es la prueba, y quien sabe que la muerte no, no es nunca la última palabra. Exponer un crucifijo —como él expuso el crucifijo de Don Camillo fuera de la Iglesia— significa invitar a no temer.

Significa indicar el signo de un evento, la figura de Cristo, que no censura la muerte, que no la convierte en cifra de noticiero sino que le asume el dolor verdadero y singular y personal. Y la arrastra hacia un destino de resurrección.

La cosa menos humana en un momento de prueba es censurar y mirar hacia otro lado, es nutrirse de retórica fácil, o quedar mirándose el propio ombligo. En cambio la exposición de ese crucifijo hecho popular por los relatos de Guareschi está tan cerca del preguntarse por su protagonista, es un gesto al mismo tiempo simpático y potente.

La palabra simpatía viene del griego, sentir juntos, tener los mismos sentimientos. Y es lo que sucede, en los corazones mas puros y menos egoístas, cuando se vive una desventura común. Te recuerda que no estás solo. Pero es también un gesto potente, porque siglos de cultura que ha querido prescindir de Dios nos deja a todos más atónitos y perdidos, en medio a miles de noticieros e imágenes, mientras ese gesto, contracorriente, nos recuerda que un evento ha marcado nuestra historia.

Un hombre dijo «no teman» y a la viuda de Nain que lloraba su hijo muerto osó decir «Mujer no llores». Frase inconcebible, si no fuera que a pronunciarla era un hombre-Dios luego muerto como un perro y resucitado como una fiesta. La cosa peor cuando se sufre es no mirar nada. Ungaretti, tirado cerca de un compañero muerto en trinchera, supo quedarse «tan apegado a la vida» porque tenía en los ojos la persona amada a la cual escribía. Tener a quien se ama en los ojos y ha quien nos ha amado tanto como para abrir los brazos en el extraño barrilete de la cruz es el verdadero combustible de la esperanza, la victoria sobre el miedo.

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